Nuestro pasado indígena
Se presume que la presencia del "homo
sapiens" en la cuenca del Río de la Plata tiene una antigüedad de diez o
doce mil años. Los contemporáneos de estos primeros habitantes fueron
mamíferos enormes ya desaparecidos, como el gliptodonte -especie de
armadillo gigante-, el tigre "dientes de sable" o el perezoso, y raros
ejemplares de equinos y cérvidos. De ellos habrían adquirido su alimento
y su abrigo aquellas poblaciones, mediante rudimentarios instrumentos
líticos. En ese entonces, las márgenes del Río de la Plata estaban
próximas, permitiendo el trasiego de hombres y animales a uno y otro
lado del río. Hacía más frío y el paisaje era más árido que el actual.
Unos seis o siete mil años atrás comenzó a procesarse un cambio
climático a consecuencia del cual crecieron ríos y arroyos, en algunos
casos hasta cinco metros por encima del nivel del presente. El clima se
tornó húmedo y la vegetación más abundante. Hace aproximadamente dos mil
años, se estabilizaron las aguas y el paisaje cobró el aspecto que
mantiene hasta hoy.
Los
antiguos pobladores de esta zona procedieron, probablemente, de un
centro de difusión ubicado en alguna parte de la selva amazónica.
Durante miles de años se habrían dispersado por el continente y en el
caso de la cuenca platense, habrían bajado por los grandes cauces del
Paraná y el Uruguay, donde se encontraron las huellas arqueológicas más
antiguas. Ellas muestran el uso de instrumentos de piedra tallada y
pulida, para la caza y procesamiento de venados, carpinchos o ñandúes, y
otros útiles de piedra o hueso para la pesca en ríos y lagunas. También
fueron halladas armas arrojadizas, como boleadoras, proyectiles y
puntas de lanza, así como morteros y mazos "rompecabezas". Ha sido
posible distinguir áreas especializadas en sus asentamientos dedicadas
al trabajo de la piedra, la cocción de alimentos o la producción de
fuego. Petroglifos de unos cuatro mil años de antigüedad y pictoglifos
de unos dos mil, han sido atribuidos a estos grupos y abundan en el
interior del país.
Una
amplia región que comprende el sur de Brasil, el litoral atlántico del
Uruguay y cercanías de la pampa argentina, presenta una constelación de
curiosas construcciones que han sido denominadas "cerritos de indios".
Corresponden a poblaciones semisedentarias. Dichos cerritos no son otra
cosa que tumbas, montículos artificiales en los que se enterraba en
sucesivas capas a los muertos, frecuentemente rodeados de sus enseres.
En ellos se han encontrado esqueletos fósiles de entre 800 y 3.000 años
de antigüedad.
En el litoral oeste y al norte, sobre
las márgenes del río Uruguay, hay testimonios de asentamientos estables
desde hace aproximadamente dos mil o tres mil años. Estos grupos,
usufructuarios de los ricos recursos de la mesopotamia entre el Paraná y
el Uruguay, produjeron una cerámica rudimentaria. Vasijas cocidas a
fuego abierto fueron usadas para la preparación o almacenamiento de
alimentos y el transporte de líquidos.
Sus
herederos, hace unos mil ochocientos años, incorporaron elementos
simbólicos a la decoración de estas vasijas, a las que en ocasiones
dieron forma de animales.
Los andariegos
Las vastas praderas entre el litoral oceánico y el río Uruguay eran una "tierra de nadie", o mejor dicho, campo abierto a los grupos nómades que se desplazaban continuamente. Tal vez los numerosos pictoglifos hallados en esas zonas sean "marcas" de territorios defendidos o pretendidos, a modo de fronteras, entre los distintos grupos indígenas.
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